Jorge de Arco
Editorial: La Garúa
1ª edición, septiembre de 2007
Género: Poesía
63 páginas
ISBN: 978-84-935624-6-5
Jorge de Arco propone con La constancia del agua una analogía entre la vida y el agua. El agua, como la existencia misma, tiene sus cursos y sus estados. El yo poético está anclado en un momento de relativa quietud, marcado por el recuerdo de tiempos pasados (donde hubo un amor que le colmaba de dicha) y por la imposibilidad de soñarse a sí mismo en el futuro. El yo poético –como el agua- está condenado a desembocar en la inmensidad de un “océano de no ser”.
Pensemos en un río: se forma con pequeñas gotas que, al unirse, agrandan el volumen de agua. Éste baja con fuerza, su curso es bravío y apenas nota el impacto de las rocas (dice el autor “las aguas que fueron territorio de la niñez”). Pero más tarde, el ancho del río aumenta, su velocidad decrece, se torna más quieto. Pero esa serenidad no es total, ya que en su interior todavía arrastra los sedimentos del pasado. Más tarde, ese río está condenado a perderse en la inmensidad del mar.
Grosso modo, esa es la gran analogía que podemos entrever en La constancia del agua. El amor del pasado es maravilloso, pero el dolor de recordar su ausencia es lacerante. Esa ambigüedad provoca que, en ocasiones, haya un clamor para que la desmemoria se imponga al escalofrío y en otras se dibuje “un lugar donde Dios no consienta el olvido”. Es imposible olvidar un amor, pero es dura la llaga del recuerdo. Quizá sea porque ese amor supone ir a contracorriente.
El agua es ambivalente: por un lado borra las huellas, puede purificar y sanar. Pero, por otro lado, puede arrastrar y matar. En el agua saciamos la sed, pero nos podemos ahogar. Quizá ese doble filo haga, precisamente, que el yo poético se sienta vivo, pero a la vez náufrago de su propia existencia.
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