Juanito Marés es un charnego hijo de artistas de varietés de locales de poca monta, que dio un braguetazo al casarse con Norma, una chica de la alta burguesía catalana. Lejos de encontrar estabilidad, Marés tiene que tragarse las continuas infidelidades de su mujer, hasta que su matrimonio se va a pique “una tarde lluviosa del mes de noviembre de 1975”, cuando la encuentra con un limpiabotas en la cama.
Marés se queda con el lujoso piso, pero su vida pierde el rumbo. Se pasea por las calles del Raval, donde toca el acordeón para ganarse la vida y con el tiempo empieza a sufrir una doble personalidad. Años después de perder a Norma, se marca como objetivo volver a conquistarla sea como sea.
Que quede claro antes que nada: me encanta cómo escribe Juan Marsé. No porque le hayan dado el Cervantes, que conste, sino porque cada vez que lo leo, algo en mí se activa, su prosa me conmueve. Aunque El amante bilingüe no es su mejor novela, sí podemos comprobar aquí que realmente este santo hombre escribe como pocos. Hay que ver con qué estilo utiliza palabras como “charnego” o “emputecida”. Hace de lo coloquial pura maestría.
En El amante bilingüe Marsé juega con dos alter egos suyos: por un lado, el mujeriego Juanito Marés y, por otro, Juan Faneca. Ambos son el mismo personaje, forman parte de la doble personalidad del protagonista. No olvidemos que Juan Faneca es el nombre de nacimiento del autor antes de que la familia Marsé lo adoptara cuando su madre murió en el parto. Ese desdoblamiento del protagonista es lo que permite al autor hacer una sátira sobre la identidad y la lengua en Cataluña. No es casual lo de “amante bilingüe”: Norma trabaja en el Plan de Normalización Lingüística de la Generalitat y Faneca es un charnego venido de Murcia que no tiene ni idea de hablar catalán. Faneca/Marés fuerza un acento del sur para acercarse a Norma a través de consultas lingüísticas vía telefónica. En diferentes momentos, se producen situaciones absurdas en este sentido: por ejemplo, cuando Marés/Faneca llama a Norma para preguntarle cómo se dice “tubo de escape” en catalán.
Ese acento del sur es, curiosamente, lo que más seduce a Norma. Marés desdobla su identidad (a base de pelucas y postizos) y se pone manos a la obra en su reconquista sentimental. Aquí vemos otra dualidad: la de un tipo que malvive por las calles y la de una señorita de la alta burguesía.
En el discurso que Marsé pronunció al recoger el Cervantes dijo: “Soy un catalán que escribe en lengua castellana. Yo nunca vi en ello nada anormal. Y aunque creo que la inmensa mayoría comparte mi opinión, hay sin embargo quién piensa que se trata de una anomalía, un desacuerdo entre lo que soy y represento, y lo que debería haber sido y haber quizá representado”. Y añadió: “La dualidad cultural y lingüística de Cataluña la he vivido desde que tengo uso de razón”. He aquí una de las claves de la sátira que el autor hace en la novela: la dualidad y la identidad.
No estamos ante un relato verosímil, puede que incluso sea demasiado absurdo, pero precisamente es uno de los puntos fuertes de la novela: el disparate. Juan Marsé es un escritor de recursos, de los que tienen puntería cuando disparan. El amante bilingüe es una de tantas pruebas de su ingenio y de su calidad.
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