lunes, 14 de julio de 2008

'El emperador', Ryszard Kapuscinski

Antes de que Ryszard Kapuscinski muriera, la Academia Sueca estuvo valorando la posibilidad de darle el Premio Nobel de Literatura, dado que querían ampliar el concepto literatura para que abarcara otros géneros, como el periodístico.

En 2003 el jurado de los Premios Príncipe de Asturias reconoció la trayectoria de este gran periodista y escritor polaco con el Premio de Comunicación y Humanidades. En el acta del jurado constó lo siguiente: "Ryszard Kapuscinski, escritor polaco de dilatada trayectoria, ha sido durante medio siglo un modelo de periodista independiente que ha dado cuenta veraz, hasta con el riesgo de su propia vida, de numerosos y trascendentales conflictos de nuestro tiempo en diversos continentes. No se ha limitado a describir externamente los hechos sino que ha indagado sus causas y analizado las repercusiones, sobre todo entre los más humildes, con los que se siente hondamente comprometido. Sus trabajos son valiosos reportajes, agudas reflexiones sobre la realidad circundante y, al mismo tiempo, ejemplos de ética personal y profesional, en un mundo en que la información libre y no manipulada se hace más necesaria que nunca".

No cabe la menor duda de que Kapuscinski era un auténtico maestro del reportaje. Como bien apunta el acta del jurado de los Premios Príncipe de Asturias, este periodista no se limitaba a dar detalles externos sobre los conflictos o dictaduras del mundo, sino que ahondaba en el corazón de las situaciones que pretendía conocer y sobre las que quería escribir. Un ejemplo claro de ello es, sin ir más lejos, el libro El emperador, que relata los últimos años del Imperio de Haile Selassie de Etiopía. Al leer el libro nos damos cuenta del valor periodístico de este trabajo, dado que Kapuscinski se mete, literalmente, en el palacio del emperador.

Es decir, no solamente ha tenido la oportunidad de compartir cena y desayuno con la corte imperial, sino que, una vez muerto Selassie, emprende un proceso exhaustivo de documentación que lo lleva a entrevistar a los etíopes que vivieron en primera persona el desarrollo del gobierno de Selassie; es decir, los que servían en palacio.

Si nos fijamos en el modo en que está escrito El emperador, veremos que el reportaje está estructurado en declaraciones de los entrevistados y en breves conclusiones del autor que va completando el relato. Apenas se percibe la presencia del entrevistador a menos que los entrevistados hablen directamente al periodista –“señor Kapuscinski” o “señor Richard”-, cuando notamos la presencia del autor es precisamente cuando habla él en primera persona. Esas intervenciones aparecen en cursivas, como si él estuviera realmente al margen de lo que investiga. Hablando en plata: el periodista hace lo que debe hacer un profesional de la comunicación, hablar lo mínimo y dejar que sean los afectados/interesados los que hablen, los que muestren la realidad que se intenta reflejar.

Muchos profesionales del periodismo han repetido hasta la saciedad que un buen reportaje no tiene porque estar lleno de intervenciones del autor, puede que dejando que la realidad hable por sí misma, sea suficiente para que los lectores nos hagamos una idea clara de lo que está ocurriendo u ocurrió en un momento dado en un lugar determinado. Es como si para hacer un reportaje de radio limitásemos las voces en off y dejáramos que se alternaran declaraciones de personas distintas.

Volviendo al acta del jurado de los Premios Príncipe de Asturias, Kapuscinski es un “ejemplo de ética personal y profesional, en un mundo en que la información libre y no manipulada se hace más necesaria que nunca”. La clave está en la expresión “no manipulada”. Es decir, lo que decíamos anteriormente, intervenir lo mínimo para no tergiversar la esencia de lo que se quiere relatar. Es más, las intervenciones que hace el autor/periodista, deben ser humildes, sencillas y sinceras. Decía el propio Kapuscinski: "El comportamiento del reportero tiene que ser sencillo, sincero y humilde. La gente es muy susceptible ante la arrogancia. Nuestro interlocutor es primero un ser humano, no es nuestro tema, es alguien que tiene su propio mundo".

Y añadía: "Al reportear, el primer contacto siempre es importante; 15 minutos de nuestro comportamiento definen qué vamos a hacer. El primer contacto tiene que ser de una relación muy intensa".

Estas dos citas implican unos detalles importantes: no olvidar que nuestros interlocutores –como periodistas- son, ante todo, seres humanos; que al entrevistarlos, nos adentramos en su mundo; que tan importantes es el primer contacto con ese ser humano como el desarrollo de la entrevista.

Por lo tanto, Kapuscinski lleva a cabo un trabajo periodístico en mayúsculas, ya que prescinde de lo externamente palpable, para adentrarse en el alma del conflicto sobre el que escribe el reportaje. En este caso, ya lo hemos dicho, el gobierno de Selassie. Sabe cómo tratar sus fuentes –otro tema amplio podríamos tratar sobre este tema de los fuentes, pero nos apartaríamos del camino- y como utilizar la información que obtiene. Pero lo que me interesa discutir ahora no es si el trabajo de Kapuscinski es buen periodismo o no, dado que mi voz es, solamente, una de tantas que reconocen su impecable mirada periodística.

Retomando el hilo del principio, me gustaría reflexionar sobre si además de periodismo, El emperador –como cualquier otro título del autor- es también literatura.

Los que defienden que la literatura es puramente ficción, evidentemente rechazarán que la obra periodística de Kapuscinski quede enmarcada dentro del término literatura. Pero los que valoran algo más que la simple ficción, sí darían una oportunidad a El emperador como obra literaria.

Atendamos a lo que decía el propio autor sobre este tema: "Como representantes de esa nueva rama de la literatura (el periodismo) tenemos dos grandes enemigos:

1. Los escritores de ficción que no quieren admitir a los reporteros en su casa.

2. Los ‘periodistas puros’, la gente que mueve todo el mundo de los medios, pero que por varias razones no tienen esta gana de hacer algo que no sea pura noticia, pura información. Son los que tratan el periodismo simplemente como una manera de ganarse la vida o pasan con la edad a ser funcionarios o empresarios."

Es decir, los que no calificarían la obra de Kapuscinski como literatura son los propios escritores de ficción y los periodistas que solamente creen en el periodismo como forma de ganarse. Resumiendo estas ideas, podríamos decir que los que no creen que la obra del autor polaco sea literatura son los devoradores de ficción –sean editores, escritores, lectores…- y los periodistas que no quieren que el periodismo sea algo más que simple periodismo (por muy redundante que parezca). Cuántas veces habremos escuchado eso de “esto no es periodismo, es pura literatura”.

Personalmente, y tomando al toro por los cuernos, creo que la obra de Kapuscinski sí podríamos enmarcarla dentro del género literario. Pero teniendo en cuenta que el concepto literatura abarca mucho más que la simple ficción. De hecho, considero que la ficción es el terreno más sencillo de la literatura, porque inventar e imaginar es sencillo, lo realmente difícil es rastrear una realidad y mostrarla a los lectores. Claro está, el trabajo de Kapuscinski no se limita a reunir documentos y entrevistas, encuadernarlos y mandarlos a la editorial, sino que detrás hay un trabajo metódico para que el lector lea con atención y de una forma amena una historia sobre personas y lugares reales. El lector asiste a un relato –en este caso un reportaje- que ha sido pensado para ser leído como una historia amena: las declaraciones sustituyen a los diálogos, la voz del periodista es la del narrador y las personas reales –en este caso, el servicio, el monarca…- son los personajes de cualquier novela. El trabajo de Kapuscinski, por lo tanto, tiene todos los requisitos para ser calificado también como literatura. Al igual que podríamos decirlo de A sangre fría, de Truman Capote y que extrañamente hay menos discusión sobre si es también literatura o solo periodismo. Quizá el autor polaco necesite la perspectiva del tiempo para que algunos califiquen su obra como literaria (además de periodística).

Pero no nos equivoquemos, no todos los reportajes son literatura, sino los que cumplen los requisitos que hemos descrito anteriormente y, sobre todo, los que están escritos con sobriedad y la maestría que demuestra en El emperador, Ryszard Kapuscinski. Dejemos una vez más que hable el propio autor: "Claro, no todo el periodismo es literatura. El primer criterio es la calidad del texto". Calidad a Kapuscinski no le falta. Está claro, está dicho. Debió ganar el Nobel de literatura.

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