jueves, 17 de julio de 2008

'La identidad cosmopolita', Norbert Bilbeny

El ensayo que ha escrito Norbert Bilbeny lleva como título La identidad cosmopolita y como subtítulo Los límites del patriotismo en la era global. Trata, por lo tanto, dos temas que están latentes en la sociedad actual: el cosmopolitismo y el patriotismo. A poco que estemos puestos en materia histórica o, sin ir tan lejos, en lo que está pasando en España últimamente, entenderemos fácilmente lo que es el patriotismo. Los patriotas son ciudadanos que procesan un amor al estado, a la patria, y cierran su mente a lo extranjero. Creen que lo que hay en su país es lo mejor y creen tener la certeza de que más allá de sus fronteras no hay más que una lengua incomprensible y poco más. Son patriotas aquellos que aman su bandera, su himno nacional, y son, por norma general, excluyentes a los no patriotas.

El cosmopolitismo, en cambio, supone una concepción abierta del mundo. Al cosmopolita le gusta viajar, conocer otras culturas, sentirse integrado en ellas, no se conforma con abrir una guía de viajes y visitar los puntos turísticos, sino que quiere ir más allá: necesita ver los barrios marginales, relacionarse con gente de cada país para entender cómo se vive en cada sitio. Pero además entiende que es la mejor forma de comportarse, no es excluyente hacia otras maneras de pensar, las respeta aunque no las comparta. Así el patriotismo es ajeno al cosmopolita, pero lo respeta como una opción de pensar.

No obstante, no solamente hay un tipo de cosmopolitismo ni un único caso de patriotismo. Si bien el cosmopolita es una persona que está constantemente moviéndose por el mundo –no solo físicamente, sino también mentalmente-, no es el mismo caso el que se mueve por una cuestión de turismo, que el que lo hace por negocios, que el que viaja por cuestiones institucionales. Todos son cosmopolitas, pero no del mismo modo. Quizá el que más afín nos sea a loa lectores es el cosmopolitismo que explica el movimiento de masas por una cuestión de ocio turístico. Los ciudadanos del mundo cada vez tenemos más necesidad de viajar y poco nos importa el destino, nos metemos en la web de alguna compañía aérea de bajo coste y compramos el vuelo más barato. No hay que desdeñar este tipo de viajes, ya que supone la forma más abierta posible de la mente humana, el estar dispuesto a conocer cualquier parte del mundo sin demasiados prejuicios o tapujos. El autor califica este tipo de viajes como “fracaso de la cultura viajera”, y ahí Bilbeny comete un error, no podemos decir que es un fracaso que la gente viaje de este modo, porque gracias a esta nueva cultura viajera es cuando conocemos sitios que antes jamás hubiésemos visitado. Un ejemplo: pongamos que un potencial viajero quiera ir a París o a Londres o a cualquier destino sobreexplotado turísticamente; éste entra en una web y ve que los precios son caros, pero, en cambio, ve una oferta para viajar a Innsbruck, lugar que jamás había pensado ir; decide comprar el billete sin saber nada de esta ciudad austriaca; una vez va allí, descubre que ha acertado en su elección y que gracias a la oferta, ha descubierto una ciudad maravillosa. No hay fracaso, hay multiplicidad de posibilidades. El mundo es más cosmopolita ahora que antes, ahí acierta Bilbeny.

Y al igual que no solamente hay un solo cosmopolitismo, tampoco hay un único patriotismo. Uno puede defender a rajatabla su país y pensar que lo hay que afuera no es válido. Pero puede que el patriota lo sea solo en ámbito local –se siente ligado a un pueblo o a una comunidad- o incluso puede haber patriotismo doméstico, el que se siente ligado al hogar. El autor establece estas diferencias y los compara con los diferentes tipos de cosmopolitismo y llega a ciertas conclusiones que podemos leer a lo largo del ensayo.

El libro se vuelve, a veces, bastante espeso, porque hay partes donde no parece que el tema progrese, pasamos páginas y páginas y el autor repite lo mismo una y otra vez. Lo dice de formas distintas, pero en esencia es lo mismo, por lo que se hace una lectura cargada de información repetida. No es necesario, por ejemplo, que se extienda tanto en el tema de la pertenencia/permanencia al territorio, porque el lector ya entiende lo que quiere decir el autor a la primera. Lo mismo ocurre cuando insiste en repetirnos que el cosmopolitismo y el patriotismo son opuestos, eso ya queda claro desde el principio. Quizá el autor hubiese podido separar un poco más la paja del trigo en este ensayo, pero, no obstante, La identidad cosmopolita no deja de ser un libro interesante de leer. Despejaremos nuestras dudas sobre los nuevos movimientos de masas en el mundo y sobre aquellos que deciden quedarse en casa y defender a machamartillo sus fronteras.

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