Concha García
Editorial Dilema
Colección Ocnos Alas (1ª Edición: 2005)
Género: Poesía
ISBN: 84-9827-006-8
73 páginas
Después de que la amada se marche en una especie de fuga anunciada, queda la dura prueba de enfrentarse a lo cotidiano, a todo aquello que ha estado presente durante la relación. A partir de ahí, todo lleva a intentar seguir adelante eludiendo los recuerdos de un pasado que trastorna el presente y la visión de la vida diaria.
Como he dicho en alguna otra reseña, la poesía de Concha García es un transitar sin descanso por los terrenos de un amor no colmado. En ese camino en el que se mueve el yo poético, se dejan una serie de pistas –indicios- que permiten al lector –perseguidor- rastrear ese periplo de amor y soledad que queda anclado en unas huellas latentes, imborrables.
En el primer poema (Empezar), leemos un verso revelador: adoro los tejados y beber. La figura de una mujer sola en la barra de un bar, apurando una copa, sin saber exactamente qué le recorre por la mente es importante en la poesía de la autora; la soledad está escudada en esa acción: levantar el vaso y beber, sin más compañía que la propia. Y luego los tejados, ese enclave urbano testigo del desamor, de la soledad. El yo poético está perfectamente integrado en la ciudad y en sus paisajes. Parece, una vez más, una superposición de varios cuadros de Hopper.
Si nos detenemos en el poema Permanencia, veremos también esas pistas antes mencionadas. Seguro que la autora no se molestará por incluir los versos aquí:
Me ha querido como a nada en el mundo.
Como a nada, pienso: nada.
Y busco entre la nada. ¿Qué es la nada?
¿Un compromiso? ¿Una sed?
¿Algo?
Como a nada, pienso: nada.
Y busco entre la nada. ¿Qué es la nada?
¿Un compromiso? ¿Una sed?
¿Algo?
El amor máximo que podamos establecer, querer como a nada, queda desvirtuado por esa misma nada. Cuando la amada se marcha, es precisamente esa sensación de nadería lo que queda. Y ¿qué es esa nada? Aquí, en Pormenor, es una lacerante sed.
Volvemos otra vez a esa necesidad de beber para calmar el desasosiego, la sed. Beber para olvidar. Pero existe también la cotidianeidad de los actos, que son tan hirientes como esa misma nada. Todo le recuerda a ella: el vaso sucio sobre el fregadero, la tapa de boquerones en el bar, las facturas… Todo lo que ha custodiado una relación acabada es fiel testigo del fracaso y se manifiesta a cada golpe de vista. Por lo tanto, incluso un vaso para beber puede ser símbolo de inquietud.
No es posible borrar esas marcas, así que la única solución aparente es la de ignorar, intentar que la mirada no coincida con las evidencias. Pero de ese modo se da con un crudo aburrimiento y abatimiento que lleva a sentarse frente al televisor y no prestar atención más que a los recuerdos. El pasado es una realidad y el futuro una incerteza; así el presente no es más que la conexión entre una realidad amarga y una incertidumbre angustiante. Todo un círculo, una encrucijada.
De cualquier modo, en este poemario no está tan presente el dolor por la ausencia, sino más bien la duda y cierta necesidad de controlar el desconcierto. Hay conciencia de la pérdida, de la marcha y se establece un intento de autocontrol. Quizá la mayor felicidad sea el poder decir ya no te quiero, ser capaz de controlar las emociones.
Como decíamos, quizá sea el beber la única manera de desintoxicarse de la borrachera de un amor pasado, como despertando con una jaqueca tras una ruptura o un exceso de alcohol. Pero, muchas veces, ni eso es suficiente si en el monedero no quedan más que cinco duros y no alcanza para pagar una copa. Entonces sí que ya no queda nada.
Del poemario se desprenden unas palabras: la pasión queda estropeada si se desea lo que ya se tiene. Efectivamente, en Pormenor lo que se desea es lo que se ha perdido y resulta trivial desear lo que ya es tuyo, porque entonces no es deseo, sino pasión u otro sentimiento.
No sería un descalabro decir que la poesía de Concha García está en un nivel superior, en un lugar donde el lector debe forzar su capacidad para llegar a comprender el caudal simbólico que está engastado en los versos –en las huellas- de cualquiera de sus poemas.
Volviendo al principio, cuando el lector ya se sabe de memoria esas pistas es capaz de dominar el terreno que sigue el yo poético. Así, se pueden encontrar atajos o salvar obstáculos hasta dar, como una explosión, con la esencia del poema. Y quizá esa esencia tenga forma de mujer y esté sentada en algún bar bebiendo e intentando olvidar un amor pasado.
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