Amelia, Amparo, Ana y Silvana: cuatro mujeres que aman, pero no son correspondidas como ellas quieren. Amelia es una cincuentona que siempre ha vivido bajo la presión de una madre posesiva que ha borrado su juventud, ahora se siente sola y necesitada de alguien que la ame, pero encontrar a la persona ideal a esta edad es complicado; Amparo es la amante de Vicente, un hombre casado que no piensa abandonar a su mujer por ella, lo que desemboca en la angustia constante de una mujer anhelante de pasión; Ana sufre el mismo problema que Amparo, es la amante de Juan Carlos, otro hombre machista que quiere jugar a dos bandas, haciendo sufrir a ella y a su mujer sin importarle demasiado los sentimientos de ambas; Silvana está casada desde hace unos años por obligación materna, después de que su actual marido la dejara embarazada por accidente cuando eran adolescentes, y los matrimonios forzados no suelen funcionar, por lo que tarde o temprano, las astillas salen por algún lado. Todas se conocen, son amigas, y todas sufren por amor.
En la novela se plantea justamente lo que indica el título: ninguna de los personajes alcanza el amor, simplemente la frustración personal de no ser correspondidas de la manera que ansían. Desde un principio se abre ese panorama de dolor amoroso en una plantilla de personajes femeninos, las que sufren son mujeres, los que hieren son los hombres. Podríamos interpretar rápidamente que la autora está haciendo una caricatura del hombre egoísta, que tiene a su mujer en casa y aprovecha la mínima oportunidad para tener otras relaciones o simples aventuras, mientras las mujeres son las siempre sufridoras y pacientes enamoradas que no alcanzan la plenitud amorosa.
Pero a medida que avanza la novela, descubrimos que el engaño va más allá de lo aparente, que la peor mentira es la que se crean los personajes consigo mismos. En la segunda mitad de la novela, empezamos a ver que también los hombres sufren por amor, que son víctimas de matrimonios no deseados, que siempre han amado a otras personas pero se han visto obligados a seguir unas pautas injustas.
Nos damos cuenta, efectivamente, de que si bien en los inicios pensábamos que la autora estaba siendo sarcástica estableciendo un tópico con hombres hirientes y mujeres heridas, en el fondo Carmen Amoraga pretende reflejar toda una generación de víctimas de una sociedad opresora, hombres y mujeres, a la vez que se traslada en el tiempo y pasa a otra generación, la actual, donde el flirteo, el engaño, el sexo, la manipulación y el amor de usar y tirar están muy a la orden del día.
Una frase se repite en la novela hasta la saciedad: “no soy tan hijo de puta como para hacerte daño…”. En esa frase se levanta todo ese mundo de superficialidad, fracaso y nadería personal que consume a cada uno de los personajes. Todos, en el fondo, tienen algo de “hijos de puta”.
Lo mejor de la novela es, sin duda, el estilo directo, sin florituras, con un lenguaje sencillo y claro. Es más propio de un lenguaje oral, que literario: muy acertado. Lo menos bueno es que todas las historias se parecen (no estamos ante un libro de relatos, es una novela donde se entrelazan las vivencias de todos los personajes), con lo cual podemos tener la sensación de que aquello que estamos leyendo en un momento determinado, ya lo habíamos leído diez o veinte páginas atrás. Las historias de Ana y Amparo son muy parecidas, quizá la autora podría haber establecido más diferencias.
De entre todas estas historias de perdedores, las mejores perfiladas, sin lugar a dudas, son las de los padres de las protagonistas femeninas, personas también frustradas que no reconocen que la soledad está más latente de lo que creen.
La novela fue finalista del Premio Nadal 2007, cuyo ganador fue Felipe Benítez Reyes con Mercado de espejismos.
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