Sleeping train son dos libros en uno. Por un lado tenemos un compendio de fotografías que el autor hizo en un viaje a la India. Estas fotografías reflejan escenas tan extraordinarias como ajenas a nuestra vida cotidiana: una arquitectura que parece que vacila con cada golpe de viento, hombres de espesa barba blanca sin más atuendo que una sábana liada a la cintura, mercados improvisados en cualquier lugar, saltos imposibles a la libertad del mar, raíles que se entrecruzan como las vida misma. En definitiva, la pobreza absoluta machacada por el espíritu de las ganas de vivir y de la ilusión.
Por otro lado, tenemos un poemario. Son versos en los que el autor divaga por esas imágenes que asaltan a su retina: niñas pequeñas que comen con las manos un plato de arroz sin borrar la sonrisa de sus caras, paisajes que corren por las ventanillas de los trenes, la ilusión de un niño pendiendo de un estante lleno de polvo… Fusión, en definitiva, de poética de la palabra y poética de la imagen en un recorrido por la India.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, en este caso habría que decir que una imagen sumada a unos versos cargados de simbolismo valen más que una imagen sola o una palabra desnuda. Porque uno podría quedarse con las fotografías y prescindir de la poesía: en ese caso presenciará un recorrido abrumador por un paisaje que nos es familiar únicamente por algunos documentales televisivos; a menos que el lector, claro está, haya presenciado en primera persona la vida –no el turismo- de la India. Pero en estas fotografías el autor va más allá que el simple reportaje fotográfico, porque hay, sin lugar a dudas, unos sentimientos impregnados a los negativos que han salido a la luz en estas imágenes. No son simples fotografías, son como una luz de esperanza que brilla en un lugar donde la oscuridad se cierne en las estaciones y en los suelos donde duermen mendigos y vagabundos mientras los trenes nocturnos, llenos de camas, rompen el silencio de la noche.
Por otro lado, uno podría prescindir de la fotografía y quedarse solamente con los versos. En ese caso, el autor da apuntes para que nos configuremos unas imágenes en nuestra mente que son muy cercanas a las fotografías, ya que los poemas son de una gran carga visual. Por lo tanto, una imagen no vale más que mil palabras si esas palabras y esas imágenes están tan bien compenetradas. Ambas partes, por lo tanto, son absolutamente recomendables por separado o en conjunto.
En Sleeping train no vemos una India castigada por la pobreza, sino una India que vive con ilusión y esperanza su pobreza. Si contamos las sonrisas que hay en las fotografías e incluso en los versos, veremos que, como decíamos antes, es más un homenaje a la esperanza y a la alegría por la vida que otra cosa; da la sensación de que asistimos a un país de soñadores. Es un concepto diferente de felicidad, donde el materialismo no tiene cabida y donde un plato de arroz o un baño en el río alegran más a un niño que lo que complacería a un joven europeo.
José Ramón Huidobro ha hecho un excelente ejercicio aunando poesía y fotografía, que, como se habrán dado cuenta, no andan tan despegados lo uno de lo otro. Siempre he pensado que comprar un libro de fotografía y comprar un poemario es una forma de invertir en nosotros mismos, en nuestro espíritu. Pocas veces tenemos un caso tan claro como Sleeping train, donde leer es viajar.
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