martes, 9 de septiembre de 2008

'Los fantasmas de Edimburgo', Eloy M. Cebrián

Los fantasmas de Edimburgo
Eloy M. Cebrian
Editorial El Tercer Nombre
1ª edición, abril de 2008
Género: Novela
ISBN: 978-84-96693-36-4
477 Páginas


Luis Miguel Ortiz es un prometedor profesor universitario de literatura norteamericana. Aunque su relación con los alumnos no es nada del otro mundo, lo cierto es que tiene posibilidades de ascenso laboral. Pero todo se viene al traste cuando un perro entra en su clase y vomita una rata. Este episodio tan aparentemente absurdo supone un descenso a los infiernos para Luis Miguel Ortiz. Nada sabe él en ese momento de que en Edimburgo un extraño tipo llamado Ben el Ladillas le tiene preparado un plan especial para cambiar su existencia.

Luis Miguel Ortiz podría darse por satisfecho con su vida: está casado, tiene un hijo, la relación con su hermana es buena y puede presumir de carrera docente. Pero nada parece satisfacerle, sobre todo después de la surrealista visita del perro a su clase. Ése será precisamente el punto de partida para que el narrador -el propio Ortiz- nos cuente la historia de su pasado: su adolescencia, su infancia, su relación con el Opus Dei, su coqueteo con la política y sus desastres sexuales que, dicho sea de paso, no tienen desperdicio.

Luis Miguel Ortiz -alter ego del autor- os da la bienvenida a una vida llena de episodios catastróficos que no podían acabar de otro modo que en un encuentro imprevisto con el excéntrico Ben el Ladillas, un tipo que tiene un concepto diferente de vivir la vida.

Voy a hacer un ejercicio de autocomplacencia. Cuando leí El fotógrafo que hacía belenes (Zócalo Editorial), lo avisé: ojo con este autor, tiene mucho que decir. Y no hay mayor satisfacción para un lector (llámenlo crítico, si lo desean) que prever que un autor se acabará imponiendo y demostrará al público su potencial. Dicho de otro modo, es reconfortante cuando uno apuesta por alguien y éste no le falla. Esa es precisamente la sensación que me queda después de haber leído la última novela de Eloy M. Cebrián, Los fantasmas de Edimburgo (El tercer nombre).

No me extrañó nada cuando el autor me comentaba que su novela iba quedando en buena posición en premios de primera línea de nuestro país. Fue finalista en 2007 del Premio Herralde de Novela (Anagrama) y del Fernando Lara (Planeta). Tampoco me extraña, mal que me pese, que ninguna de estas editoriales confiara lo suficiente en Los fantasmas de Edimburgo como para editarla. Sinceramente, ellos se lo han perdido.

En esta novela, Eloy M. Cebrián eleva a la máxima potencia su fina ironía, su capacidad narrativa para, en pocas páginas, mostrarnos la más cruda realidad y a la vez sacarnos una carcajada. Porque, créanme, habrá episodios en Los fantasmas de Edimburgo en que no podrán parar de reírse y otros en que se solidarizarán con el protagonista por su mala suerte. Pero si en un momento determinado de la novela, sienten compasión de Luis Miguel Ortiz, poco más adelante quizá noten un odio visceral por él. Así es Eloy M. Cebrián, un autor imprevisible, que juega con el lector hasta el punto de hacerle aflorar los sentimientos más contradictorios hacia un mismo personaje.

Eloy M. Cebrián es bueno, es muy bueno. No hace falta ser un genio para saber que este autor tiene que acabar siendo un nombre de primera línea literaria. Eloy M. Cebrián no tiene nada que envidiar a otros autores quizá más conocidos. Podríamos decir que es un firme descendiente del realismo sucio norteamericano, heredero de escritores como Bukowski o John Fante. ¿Sabría eso el profesor de literatura norteamericana Luis Miguel Ortiz?

Ante tan prometedora carrera literaria, resulta extraño que las editoriales importantes (Anagrama y Planeta, sin ir más lejos) no le presten más apoyo. A uno no le cuesta imaginar que el problema de peso no es su demostrada capacidad narrativa, sino que, como ya saben, un nombre poco conocido requiere una campaña de marketing mayor (en consecuencia, más gasto para la editorial). Claro que el éxito, como ya ha quedado demostrado a lo largo de la historia, es relativo. ¿Acaso no es un éxito que haya un sólo lector en España que espere ansioso leer la última novela de un autor? Desde luego que lo es. Mientras haya un lector que crea que una novela ha valido cada uno de los euros que ha pagado, esa obra ha sido un éxito. Lo demás es puro marketing. Al leer Los fantasmas de Edimburgo he sentido que cada minuto que he pasado enganchado al libro, que cada página que pasaba, que cada vez que sujetaba en mis manos el volumen y que cada vez que me fascinaba por la capacidad del autor de mezclar el humor más ácido con la más cruda realidad, mi tiempo había valido la pena. Yo, por lo tanto, sigo apostando por Eloy M. Cebrián.

Decía Francisco Candel, un escritor que a base de empeño acabó consiguiendo su objetivo de publicar en grandes editoriales: "seguiré escribiendo, escribiendo, presentándome a concursos, siempre a los concursos, hasta que me caiga de viejo, o me muera, o yo que sé". Se tratará pues de eso, de seguir escribiendo, de sentirse vivo a través de la escritura y hacer sentir vivos a los demás a través de la lectura. ¿No es acaso éste el fin último de la literatura?

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